El cambio es el ritmo natural de universo, por lo tanto de la naturaleza y del hombre. Antiguamente, este el vínculo entre el hombre y la naturaleza se hacía mucho más presente, no es sorpresa que nuestros antepasados se basaran en la observación del firmamento para marcar estaciones y tiempos, para dar paso a la navegación o que utilizaran el ciclo solar y lunar como guías para la práctica de agricultura, clave para la sobrevivencia. Los astros llegaron a ocupar un lugar muy importante en la religión de algunas culturas, la Luna además, revisitó especial significado para la mujer, puesto que las cuatro principales fases lunares (nueva u oscura, creciente, llena y menguante) coinciden con las fases del período menstrual; así como la Luna tarda alrededor de 28 días en dar una vuelta completa a la Tierra, el ciclo menstrual de la mujer es de aproximadamente 28 días. Dicho conocimiento se traspasaba a través de historias y se realizaban ritos, para que desde pequeñas las mujeres incorporaran la compresión y la consciencia de su ciclicidad femenina, natural y sagrada.
Hoy en día, sobre todo quienes formamos parte de la cultura occidental, solemos desatender los cambios tanto externos como internos, físicos y sutiles a los que estamos expuestos. Vivimos muchas veces en desarraigo de la naturaleza considerándonos algo distinto y separado de ella, relegando los ritmos, procesos y ciclos naturales a un último plano meramente utilitario, lo que supone un vacío y una pérdida de bienestar. A pesar de todo, somos incapaces de eludir el carácter cuaternario que rige todo lo que nos rodea: “son cuatro las estaciones del año, las fases lunares, los cuartos de hora, los elementos básicos del planeta…” etc.
Actualmente, se ha demostrado que debido a la atracción que ejerce sobre la Tierra, la Luna afecta a las mareas, las prácticas de la agricultura y también al cuerpo humano (compuesto por un gran porcentaje de agua), por otra parte, por si la sabiduría de nuestros ancestros, la propia espiritualidad o intuición no bastaran, la neurociencia ha demostrado que la Luna también afecta las emociones, pues las fases lunares se encuentran relacionadas con la producción de determinados neurotransmisores básicos, de esta forma, nuestro cuerpo, emociones y energía irán fluctuando a lo largo del mes junto con el ciclo lunar. Sin duda esto último constituye un aporte fascinante a la comprensión del vínculo entre Luna y humanidad, y para abordarlo con el detalle necesario será materia de un próximo artículo.
Que elevar la mirada hacia el cielo y observar a diaro este cuerpo celeste, sea una invitación a conocer mejor nuestra naturaleza, ser conscientes de los cambios y las cualidades de cada momento, para fluir en conexión y amor y así crear nuestra propia sanación.
Conócete…Ámate…Elévate
Namasté.